Caminos de vida y muerte
El mundo es un reflejo de lo que somos.
El flexible, que deja ser las cosas como son, que no valora demasiado su mente, que cuenta tranquila y abiertamente sus limitaciones, que da lo que tiene y poco necesita, que se entiende pequeño; no exige lo que no necesita, no exige los caprichos que no tiene.
El flexible tiene el don de la creación y de la vida pues, al no estar perdido en el laberinto de la mente o atrapado en la jaula de “lo que está bien o mal visto”, mantiene limpia su conexión interior-exterior como un hilo de plata que permite a la verdad atravesar limpiamente las trampas de su interior desde el origen.
Alrededor de esta persona o población, los ecosistemas humanos y naturales bullirán vida, porque los recursos se acumularán. Se acumulará el agua en los acuíferos, brotarán fuentes; los campos reverdecerán y todos los seres del tejido natural podrán dedicarse, con paz y tranquilidad, a sus quehaceres.
El rígido, que somete a la realidad frente a su imaginación, que exige seguir al caballo desbocado de su propia mente, que asocia su calidad con su consumo, que perjudica a todos si piensa que puede beneficiarse, que contamina si ello le hace ganar más para consumir más, que se piensa grande e importante; generará inevitablemente a su alrededor un halo de muerte. Halo del sufrimiento de los que, estando en su “área de influencia”, no son capaces de ser lo que no son; halo de las fuentes (de agua, de aire limpio, de alimentos, de vida) que no son capaces de suministrar en lo exigido por el caballo desbocado; halo de la muerte de un mundo que, sumido en la culpa, en la tristeza y en la “incapacidad”, se secará y morirá.
El rígido necesariamente parasita. Pues cegado por “lo que está bien o mal visto” se vuelve incapaz de ver las cosas como son; atrapado en el laberinto de las ideas culpará y ensalzará en función de sus ocurrencias o de la información que consume; y nunca será capaz de dejar ser, de dejar crear, ni mucho menos de crear.
Alrededor de esta persona o población parasitaria, las fuentes se secarán; los campos morirán; los pueblos desaparecerán; los campos se incendiarán; llegarán los desastres; las palabras perderán su significado; la vida perderá su sentido; el dinero mismo perderá su valor; y nadie, ni humano ni no humano, podrá salirse del mecanismo de “beneficio”, muerte y destrucción. La vida se someterá a las “ideas de perfección”. Y los hombres, para mantener sus ideas y su “nivel de vida”, atacarán al mundo entero sumiéndolo en el caos. Alrededor de esta persona o población, mundo entero se precipitará hasta colapsar.
Solo tras el colapso del tejido corrupto, la naturaleza se extenderá permitiendo que el ciclo humano vuelva de nuevo a comenzar.
No habrá un mundo bueno si las mentes desbocadas participan en él. La vida no puede homogeneizarse, normalizarse, regularse o controlarse (todos ellos son eufemismos de destrucción); del mismo modo que no se pueden poner barreras al viento sin convertirlo en una cámara de aire.
La vida es un misterio, y ante el misterio no caben la comprensión o la utilización sino la contemplación, la humildad, la aceptación y la admiración. Debido a ello, nunca habrá vida que pueda amoldarse a nuestra imaginación, como ningún mundo bueno podrá brotar de nuestra mente.
José Antonio Santos Pérez