La princesa maltratada
-artículo publicado en “El Adelantado de Segovia” el sábado 27 de agosto de 2016, con el título “La desafortunada restauración de la muralla de Segovia”-
Transcurridos pocos años desde las últimas obras llamadas de “restauración”, la muralla de Segovia se descompone. Lejos de necesitar ahora espadas para derruirla, solo soplando se volatiliza lo que una vez fue una fábrica eficaz y victoriosa.
Dos padres tiene la muralla de Segovia, como las dos grandes causas que le dieron la vida:
– Su padre es la guerra. Por la guerra fue erguida en cal y roca. El pueblo vacceo (en su origen conocido), encontró la falla que recorre la vertiente norte de la muralla de Segovia y colocó unas grandes losas sobre ella para continuar con la vida en el asentamiento*. Después de ésta vinieron, al menos, tramos de empalizada romana. Y en el siglo XI nuevamente fue levantada la muralla con el gran frente de reconquista que formó Segovia junto a Soria, Ávila y Salamanca.
– Su madre es la sociedad. Pues el papel de la muralla hacia todos nosotros, hacia la sociedad, hacia la gente sencilla… es la defensa. Baluartes defensivos como ella son el medio por el cual las personas protegían aquello que les resulta más precioso: la paz, la seguridad, la tranquilidad, la vida.
Nuestra muralla ha llevado a cabo sus funciones de un modo exquisito. Las guerras para las que fue construida se superaron y las sociedades en su interior han prosperado en la que fue, hasta el siglo XVII, una de las ciudades más importantes del mundo.
Por ello el padre, con la firmeza que le caracteriza, siempre ha estado orgulloso de su hija. ¡Qué difícil es superar semejante muro con armas rudimentarias!, ¡Saldría airosa de mil batallas!
Sin embargo -llegado el siglo XXI- si creyéramos a nuestra muralla eternamente victoriosa, no podríamos cometer un error mayor. Pues sucede que hoy la muralla -envuelta en afonía e incomprensión- se encuentra dentro de la batalla más terrorífica que haya librado nunca. Todas las anteriores las supo lidiar, pues ella lo que hace lo hace bien, pero no es fácil que consiga deshacerse por sí misma de la enfermedad que hoy la subyuga. Porque esta nueva muerte no viene de las espadas. Tristemente tenemos que decir que su madre le ha inoculado un veneno que la está destrozando por dentro. Ese veneno rampante es el cemento, que altera notablemente su comportamiento frente a los elementos, llevándola persistentemente al colapso.
El agua que cae del cielo, en el fenómeno que comúnmente llamamos “lluvia”, empapa el terreno; y también se evapora aquella que ya está en el terreno, variando el nivel freático. Dicho de otro modo: ¡El terreno transpira! Independientemente de que lo veamos o no, éste es, ha sido y debe ser el ciclo del agua en la tierra. La muralla, que se apoya sobre la roca caliza que conforma el terreno, cuenta con mortero de cal en su argamasa precisamente para evitar toda esa humedad. Y es que la cal, al contrario de lo que sucede con el cemento (que ni siquiera existía en aquel tiempo), tiene un comportamiento exquisito en lo que a transpiración se refiere.
Pero además de ese detalle crucial que es la cal, la muralla cuenta con toda una serie de elementos que tienen sentido y que tienen que ser comprendidos y mantenidos. Elementos como:
– una base de sillares de granito en muchos de sus tramos que tiene por misión evitar que la transpiración del terreno se produzca a través de la muralla -ya que la absorción de agua por parte del granito es mínima-. Cabe pensar por cierto que los tramos de granito se ubican en aquellos lugares donde la humedad era mayor (como el cauce del arroyo del vallejo o los otros muchos que llevaban sus aguas a los ríos Eresma y Clamores);
– aliviaderos que canalizan el agua del terreno y reducen la importante presión de ésta en la muralla. No debemos olvidarnos de que la muralla también es un muro de contención;
– un paseo de ronda de carácter defensivo en su parte superior. Paso y antepecho con almenas – que tenían que tener un remate de piedra o albardilla para que la acción del agua les perjudicase lo mínimo posible-.
Cualquier persona que tenga los ojos abiertos puede y debe acercarse a comprobar lo que aquí decimos. Vemos a finales de agosto paramentos llenos de agua en muros que siempre están ventilados; vemos cómo los materiales se descomponen en polvo hasta que el mismo viento se los lleva; vemos que ya no hay piel que proteja a nuestra protectora y cómo las sales se acumulan a lo largo y ancho de sus huesos; vemos cómo las almenas, señal indiscutible de su portentoso carácter, solas se despedazan y se caen. ¡Ella, la muralla, es de cal, y el cemento la mata!
¿Por qué le inoculamos cemento cuando sabemos que le sienta tan mal? ¿Quién es el responsable de semejante barbarie? ¿Quién envenena nuestro patrimonio? ¿De qué sirve tanto trabajo, tanto impuesto, tanto gasto, tanta institución, tanto museo en nombre de la muralla, tanta obligación, tanta normativa, tanto sufrimiento, tanta celebración… si lo más valioso que tenemos –nuestro patrimonio, nuestros bienes- son sistemáticamente violados? Más incluso cuando en muchas ocasiones es precisamente la administración la que, con nuestros propios recursos (aquellos que nosotros aportamos y de los que no somos nosotros los que decidimos en qué manera participar en qué “proyectos”), acomete obras para destruir lo más preciado que tenemos. El patrimonio son nuestros bienes, con todo lo que esa enorme palabra significa.
A la vista está que la infinidad de ordenanzas que tenemos no le han servido de mucho. Podemos si queremos remontarnos a las ordenanzas del año 1547. En ellas se puede apreciar que las obras se deben hacer con toda perfección por maestros expertos, con personal cualificado, examinado por los “behedores” o “esaminadores” que estuvieren nombrados por la ciudad de Segovia. O como la propia norma dice literalmente:
“”… e si algunas personas ofiçiales o maesos usaren de los dichos ofiçios sin ser esaminados o heçedieren de las cartas de esamen que trujeren tenga de pena dos mil marabedis la terçia parte para el reparo de los muros de la dicha çiudad de segobia e la otra terçia parte para el acusador e la otra terçia parte para el juez que lo sentençiare y que todabia no puedan labrar ni usar de los dichos ofiçios de maesos de carpinteria y albañileria sin ser esaminados como dicho es por los tales esaminadores que ansi fueren nonbrados por la dicha çiudad.
….para que las dichas obras se hagan con toda perfiçion e aya maesos expertos que lo sepan haçer traçar y labrar conforme a estas hordenanças “”
Podemos hacer lo que queramos, siempre y cuando lo hagamos bien.
La muralla nos ha dado todo lo que le hemos pedido: victorias, riqueza, belleza, tranquilidad, seguridad. Pero nosotros, sus creadores… con la somnolienta tranquilidad del que se pone la chaqueta por la mañana; con la frialdad del cirujano que se pone los guantes antes de ejecutar la operación; con las cualidades propias del más pérfido de los asesinos… le hemos inoculado a nuestra bienhechora la misma muerte dentro de sus arterias.
Cómo podría el más fuerte de los guerreros, cómo puede la más aguerrida de las princesas enfrentarse al veneno cuando su madre, sus raíces, su propia sangre… ¡se lo inyectan en las venas!
Muchos siglos contemplan lo que escribo… ¿y no vamos a ser capaces siquiera de tratar a nuestra aferrada colaboradora con un mínimo de cariño?
* Dato obtenido de las intervenciones arqueológicas realizadas en el cubo nº23 de la muralla con motivo del derrumbe que sufrió en la noche del día 27 al 28 de agosto de 1998. Por nosotros bien conocido pues participamos en el posterior proyecto de restauración. Además se da la casualidad de que justamente tendría el cubo su mayoría de edad, pues hoy se cumplen 18 años de tal acontecimiento.
José Antonios Santos 🙂
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