No con mi dinero
El dinero sólo tiene sentido si es una herramienta de la que nos servimos para construir el mundo según nuestros criterios o necesidades; y lo mismo ocurre con las llamadas administraciones públicas… Pero dinero y administración pública se han conchavado para escapar a nuestro control.
Mediante el uso del dinero (es decir, mediante nuestro consumo) materializamos en el mundo el contenido de nuestra mente. Y esto sucede en botánica, medicina, industria aeroespacial, arquitectura y en todo lo que vemos a nuestro alrededor. Nuestra capacidad de intervenir en el mundo pasa en gran medida por nuestra forma de consumir. Estamos hablando, por lo tanto, de una cuestión delicada, que tiene mucho que ver con la responsabilidad de cada uno de nosotros en el mundo y cuya repercusión es tal que no se debe tomar a la ligera. Mi dinero se debe utilizar bajo mi responsabilidad.
Sin embargo, abundan las administraciones que llamamos “públicas” que, bajo el amparo de palabras muy bonitas y sin legitimidad real de ningún tipo, gastan enormes cantidades de dinero “público” de mil formas diferentes con o sin la aprobación de los dueños del dinero. Lo lógico y lo apropiado es que los dueños del dinero definan el uso que quieren que se le dé, y que las administraciones, después de eso y totalmente controladas -pues no dejan de ser una herramienta-, lo utilicen.
Por lo tanto, si pretenden usar mi dinero para para pagar fiestas, fútbol, toros, gimnasios, música, fuegos artificiales, carreras, cabalgatas y un largo etcétera… diré NO. No creo que pagar “drogas” o control con dinero público sea una buena idea, y en caso de que lo creyera, tendría que yo el que le pidiera a la administración que invirtieran así mis recursos (los míos, no los de otros contribuyentes).
Si tuviéramos un mínimo de responsabilidad, nuestras prioridades a la hora de gastar el dinero llamado “público” serían muy diferentes. En este sentido no puedo sino considerar que la administración me roba, ya que utiliza mis recursos en la cantidad y en la forma que le parece sin siquiera contar conmigo. Pero más aún puedo decir: incluso en ocasiones los impuestos se utilizan para hacer la competencia a los propios contribuyentes sin ninguna necesidad. Tenemos por ejemplo la proliferación de gimnasios de financiación pública, muy de moda últimamente en Segovia, que han sido construidos con el dinero de personas que tienen que pelear contra los elementos (muchos de ellos públicos) para sacar adelante su actividad. Eso me hace preguntarme: Ya puestos, ¿por qué no montan comercios de todo tipo con dinero público? ¿por qué no montan bares públicos que puedan ofrecer precios imbatibles?
Se nos pinta muy bonito pero huele muy mal. Se nos presenta como público, gratuito, feliz… y sin embargo es una prueba de que el conjunto del tejido económico está desmontado. Lo público no es gratuito, sino financiado a base de impuestos; y con el añadido de que esos impuestos pagan, además del servicio en cuestión, todo tipo de corruptelas asociadas a cada proyecto público. Sólo con ver que la palabra que se utiliza a la hora de recaudar, en esta supuesta democracia, es “impuesto” (es decir, lo que se nos impone) queda poco por decir.
Es peligroso y antieconómico hacer pasar todos los intercambios monetarios a través de un solo elemento (hablo de la administración “pública” en este caso) porque:
· toda la vida, la riqueza y la diversidad del mundo no cabe a través de ningún cuerpo, por gigantesco que éste sea, sin generar ahogo
· por esa vía, sólo pueden pasar dos cosas: se puede ahogar la economía y/o destrozar el anillo que la comprime
· con sistemas de este tipo todo es más caro (atendiendo al coste real de las cosas, no al que nos presentan) ya que supone complicar los procesos bajo una infinidad de obligaciones, trámites y restricciones normalmente estúpidas
· en definitiva, y aunque se camufle con palabras que suenan bonito, estamos hablando de controlar a las masas, de ahogar, de destruir
Expongo, llegados a este punto, que en la Edad Media, en aquella supuesta “era de oscuridad”, se pagaba el diez por cierto (el diezmo) a modo de contribución; y que hoy en día, en nuestra “era de iluminación”, pagamos como impuestos aproximadamente un 70% de todo el dinero que movemos, si estimamos en base a todos los impuestos a los que estamos sujetos (iva, irpf, ibi, gasolinas, impuestos especiales, impuesto de sociedades y un larguísimo etcétera).
En consecuencia a lo dicho, pienso que lo más razonable es participar lo mínimo en el robo sistemático que se perpetra sobre los contribuyentes. De hecho, encuentro significativo que otras “personas” acudan en masa a este tipo de circos cuando es evidente que son simples formas de manipularlas. Es una pura y dura mentalidad de esclavo en el esquema del pan y circo.
Como decía Gabriel Celaya en su poema “la poesía es un arma cargada de futuro”:
“Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.”
Reivindico y reivindicaré sistemas de autogestión más justos, transparentes y sencillos, donde cada persona participa económicamente (tanto a la hora de contribuir como a la hora de beneficiarse) sólo en lo que le parece oportuno. Siempre llamando a cada cosa por su propio nombre y sin que se mueva un solo euro sin la aprobación de la persona que se lo ha ganado. Dicho de otro modo, “te ganarás la vida con el sudor de TU frente, no con el sudor del de enfrente”. En las obras sucede lo mismo: Cuando las partidas son claras, cualquiera puede comprobar la sensatez del presupuesto; cuando los presupuestos son hijos de un mundo de sombras y de espejos, nada bueno se debe esperar. Si se quiere, se puede hablar de un mínimo de contribución obligatorio en materias existenciales… todo puede hacerse, siempre que se haga bien. La corrupción que tanto nos preocupa, como otras extrañas realidades que afloran en nuestro mundo ponzoñoso, es una forma de autodestrucción que podríamos convertir en una curiosidad del pasado en menos de una generación.
En un bosque nadie rinde cuentas ante nadie, en un bosque hay colaboración y hasta depredación, pero no hay sometimiento sistematizado, no hay restricciones. La única restricción que necesitamos los seres humanos es una mente sana, por eso somos como somos. Y a falta de ésta, todo está perdido.
José Antonio Santos Pérez 🙂
Write a comment